La última cerilla – Capítulo 4


Capítulo 4

El domingo Samuel y Julián habían salido de excursión a la montaña.

Un nuevo fin de semana que su hermano lo convencía para hacer algo que él nunca habría elegido. Habían nacido de la misma madre, pero eran enormemente diferentes. Nadie se creía en realidad que fueran hermanos. Todavía se preguntaba que hacían a tantos kilómetros de cualquier lugar civilizado sin posibilidades de rescate si a ambos les pasaba algún percance. Era incapaz de entender cómo se las ingeniaba siempre para convencerle de seguirle en sus locuras. Y allí estaba, preparado para sumergirse en las entrañas de la tierra sin pedirle antes permiso.

—¡Samuel que haces, es peligroso!

—¡Parece seguro!… ¡Ya estoy llegando abajo! ¡No me hagas regresar de nuevo! —le recriminó.

Su hermano era imposible. No, no estaba aprobando su decisión.

—¡Julián!… —De pronto un silencio enigmático emanó de la profunda oscuridad dejando a Julián angustiado.

—¿Te has caído? —preguntó con preocupación.

Como tuviera que sacarlo él solo… Se lamentó Julián mirando hacia el oscuro abismo.

—¡No! ¡Ven a ver esto! —gritó finalmente Samuel desde las sombríos límites de aquella herida abierta. Su voz retumbaba débil allí arriba.

—¡Ya te he dicho que me da miedo bajar ahí! ¡Antes me he resbalado y ahora me duele la pierna! —declaró Julián asomado a la boca de la cueva.

—¡Julián, esto lo tienes que ver! ¡Hazme caso! ¡Pon el pie a la derecha del todo, sobre el borde de la roca que sobresale y deslízate con el trasero, es la peor parte, luego está mejor!

Julián inspiró con fuerza.

—¡Vale, tú ganas, ya voy! —se resignó sin demasiado ánimo mientras se preparaba para intentarlo de nuevo.

Esperaba no matarse o terminar por romperse algún hueso. Siempre acababa claudicando ante las imprudencias de su hermano, era demasiado débil.

Julián encendió la linterna que había sacado de su mochila verde militar y muy a su pesar se dispuso a descender por el agujero.

—¿Has encontrado lo que perdió la urraca? —voceó desde arriba.

—¡He encontrado algo mucho más escalofriante!

¿Qué sería eso?, se preguntó Julián mirándose el pie que colgaba delante de él y que estaba a punto de deslizar para cruzar el umbral. No le daba muy buena espina lo que podía descubrir allí abajo. Quizá la urraca les estuviese avisando de que algo dramático había acontecido en aquella gruta abandonada.

—Espérame aquí, amiguita, veremos qué buscabas.

El córvido observó cómo se adentraba el segundo hombre mientras inclinaba la cabeza desde la rama del árbol como ya hiciera alguna otra vez antes. Debía de pensar que los humanos eran muy extraños para no querer salir de aquel lugar.

—En el hueco con agua, entre dos escalones rotos, tienes lo que buscaba el animal… Es triste —expuso Samuel desde el fondo.

—Oh, ya lo veo… Vaya, sí, qué lástima…

Se agachó para comprobar.

—Su pequeño debió de caer al agujero y no fue capaz de regresar sin saber volar todavía.

—La madre todavía sigue tratando de salvarlo. Parece mentira lo inteligentes que pueden llegar a ser este tipo de aves.

—Muy cierto, son casi humanas. Es asombroso como nos atrajo hasta él… Luego se lo llevaré para que llore su muerte. —Julián apartó al pobre polluelo y continuó el descenso.

—¡Vamos, date prisa! —le gritó su hermano impaciente.

—¡No me fuerces, eso me falta!

Julián continuó con cautela y a regañadientes por aquel túnel vertical y sinuoso.

—Por fin, aquí estás… —Se alegró de ver a su hermano a la par que inspeccionaba con la linterna las paredes de lo que parecía una pequeña bóveda. Se había colocado detrás de Samuel y echaba, como él, vaho por la boca al respirar; el frío era intenso allá abajo—. ¿Qué será esto?

—Es como si fuera una mina abandonada, como si alguien hubiera seguido una veta. Desde luego con esta temperatura cualquier cosa que almacenases se conservaría en perfectas condiciones.

—¡Ostia!… —De pronto, Julián, horrorizado, dio un paso atrás. Acababa de darse cuenta de lo que yacía a los pies de su hermano—. ¿Qué es eso?… ¡Samuel!… ¡¿Es lo que yo creo?!

—Sí, Julián… Debe de ser un cadáver.

—Pobre hombre… —se lamentó mostrando repugnancia con el rostro—. Que desagradable… ¿Quién será?

—Toma, encontré un paquete de tabaco y su cartera más arriba.

—¿A ver? Dame…

—¿Será el hombre de las noticias de esta mañana al que buscaba su mujer?

Julián escudriñó los documentos que encontró en la cartera.

—¡Sí que es!… —manifestó tras un par de segundos—. Pues ella parecía muy preocupada —agregó recordando—. Me dio envidia ver el cariño y el apoyo de su esposa. Parece que se querían bastante.

—Y mira como ha acabado…

Los dos hermanos meditaron sobre la desagradable conclusión de la historia que estaban contemplando.

—¿Qué le habrá pasado para terminar así? No tiene sentido…

—Debió de caer huyendo de su destino —alegó Samuel sin demasiada comprensión por lo que pudiera haber sucedido.

Ante la atónita mirada de ambos hermanos que no daban crédito a la escena, el cadáver rígido y ensangrentado de un hombre completamente vestido se sostenía de rodillas cara a ellos. La visión era perturbadora y extraña. Mantenía los ojos cerrados, una cerilla en la mano y una cajita de mixtos en la otra y se situaba a un metro escaso de los pies de la escalera que ellos todavía no habían descendido por completo. Permanecía detenido en el tiempo en aquella pequeña oquedad irregular de no más de diez metros cuadrados sin más accesos que el que ellos habían utilizado. No parecían encontrar explicación a la imagen que tenían delante.

—¿Qué hace a los pies de la escalera mirándola de rodillas? —se preguntó Julián.

—Fíjate lo que sujeta entre los dedos —comentó Samuel.

—Una cerilla, está intacta, ¿por qué no la prendió?

—Quién sabe. Le hubiera indicado fácilmente la salida… Solo tenía que subir las escaleras. No parece ahora tan difícil, incluso a oscuras.

—Por la caja vacía da la impresión de que era la última que le quedaba. Pero sigo sin entender…

—Apaga la linterna —pidió Samuel.

—¿Para qué?

—Tú apágala.

Ambos lo hicieron.

—Ya…

Se hizo un profundo silencio.

—¿Qué? No se ve nada.

—¡Exacto!… Aquí abajo no llega la luz del exterior, es perturbador, ¿no te parece? —indicó Samuel volviendo a encender su luz.

—Pues tienes razón, acojona.

—Quizá le dio un ataque o murió de miedo al verse perdido y solo. ¿Cuánto tiempo crees que ha permanecido así?

—No debería de ser mucho, si no, no se podría estar aquí del olor. Voy a comprobar…

 Julián se levantó y se dirigió hacia el cadáver. Lo observó muy de cerca, lo tocó débilmente, le tomó el pulso y lo escudriñó ante la atenta mirada de su hermano. A pesar de estar agarrotado su piel se hundía al presionarla con los dedos. Acercó su oído a las fosas nasales, a la boca y trató de encontrar alguna señal inesperada. Le abrió los párpados…

—¡Samuél! ¡Este hombre está vivo! —exclamó de repente ante la increíble sorpresa de quien lo observaba sin dar crédito a sus palabras.

—¿Qué estás diciendo? No puede ser.

—¡Te digo que sí…! ¡Sus pupilas…! Ven a comp…

De repente, los labios de Julián dejaron de expulsar aire silenciando con ello cualquier sonido vocálico. La adrenalina se disparó en su torrente sanguíneo. Algo había agarrado su brazo como una tenaza implacable y lo sujetaba con fuerza.


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