Conciencia, mente, memoria y universo

Conversación científica entre dos de los personajes de la novela El Infierno secreto no incluída finalmente en la publicación


—Henry… —Víctor, el ingeniero, esa mañana andaba más reflexivo que de costumbre—. Me pregunto por el futuro de nuestros experimentos. ¿No te parece que llegue a ser perjudicial para la humanidad?

Le hizo reflexionar.

—Por el momento, trabajamos con bajas emisiones. Ten en cuenta que nuestro desconocido cerebro es una antena perfecta, con una habilidad natural para generar, absorber y procesar un extenso abanico de frecuencias del espectro electromagnético, ya sabes, las ondas alfa, beta, theta… Al estimularlo externamente de manera artificial simplemente se inducen efectos propios de la naturaleza humana. Desde la angustia y el dolor hasta la paz y el bienestar. Sin cirugía, sin implantes y sin dolor. Ya se está aplicando hoy en día para tratar diversas dolencias o desórdenes: Alzheimer, esquizofrenia, ataques epilépticos… —especificó con pasión—. Lo nuestro no excede este tipo de prácticas probadas.

—No me refiero a eso exactamente, voy más allá… ¿Ese entrelazamiento cuántico entre dos diferentes masas cerebrales no podría tener consecuencias a largo plazo?

Se dio cuenta de a dónde quería llegar Víctor y por primera vez intuyó la incomodidad que había sentido al desarrollar su propia máquina, no lo había imaginado.

—No te preocupes, de momento es inocuo. Debes saber que no somos pioneros, la naturaleza se sirve de esta propiedad de maneras diversas —Henry sabía de lo que hablaba, su memoria había regresado casi por completo—. El entrelazamiento cuántico juega un papel vital en la fotosíntesis de las plantas, que son capaces de recuperar más del noventa por ciento de la energía solar, cuando, por ejemplo, el ser humano con paneles solares no llega a alcanzar una eficiencia mayor de un treinta. Esta propiedad también tiene lugar en los movimientos instantáneos y acompasados de los grandes bancos de peces y ciertas bandadas numerosas de aves. Se mueven inconscientemente como un solo organismo, una sola conciencia sincronizada. Como las células en nuestro cuerpo, de hecho.

—¿De modo que algunos animales sincronizan los pensamientos de manera natural?

—Dime, Víctor, ¿qué es para ti un pensamiento? —le contestó con otra pregunta.

El ingeniero había dado con la tecla exacta para captar el interés de Henry.

—Una idea que genera el cerebro.

—Buena respuesta, pero ¿no te parece que son algo más que ideas? —La pregunta quedó ondulando en el cerebro de Víctor un par de segundos—. Hoy sabemos que los pensamientos son patrones energéticos diferentes para cada individuo que pueden interaccionar con la materia como cualquier otro tipo de energía. Por ejemplo, uno de los logros conseguidos los últimos años ha sido enviar con éxito a través de la red de comunicaciones global el pensamiento de una persona para que otra, a cientos de kilómetros de distancia en otro país conectada a unos electrodos, moviera el brazo inconscientemente. ¡Mover el brazo de otra persona distante con tu propio pensamiento! ¿Entiendes de lo que hablo? El futuro es muy prometedor.

—Suena a ciborgs y ese tipo de cosas.

—Pero, a pesar de todo, seguimos desconociendo lo más importante: ¿dónde se alojan esos pensamientos, lo que denominaríamos la memoria?, y, por tanto, dónde reside la conciencia. Si diéramos con estos dos elementos clave obtendríamos la llave del universo.

—En el cerebro, ¿no?

—Ahí empiezan los problemas para un neurocientífico… El hipocampo juega un papel importante en la memoria, pero, en qué medida, se desconoce todavía. Te daré un dato interesante: una investigación realizada con ratones consistió en enseñarles a hacer una tarea nueva. Bajar una palanca para recibir comida, encontrar un determinado lugar escondido, etcétera; algo que no supieran hacer sin aprendizaje previo y memorización. Después, se trató de localizar en qué parte del cerebro guardaron esa información. Para ello se seccionó a cada uno un fragmento diferente de la masa cerebral. Se buscaba averiguar cuál de todos ellos dejaría de tener éxito con aquello que había aprendido. ¿Me sigues?

Asintió.

—Pues, bien, lo increíble y más desconcertante todavía fue que ni uno solo de ellos olvidó lo que había aprendido. Puedes retirar cualquier zona del cerebro sin importar la que sea y este seguirá manteniendo sus recuerdos. ¿Te das cuenta? Parece como si en realidad la memoria no se ubicase en nuestro procesador central.

Víctor empezaba a seguirlo en su viaje a lo imposible.

—Iré más lejos… Un paramecio se compone de una sola célula, evidentemente no posee ninguna neurona y, en cambio, alcanza comportamientos lógicos. Es capaz de detectar a sus depredadores, reproducirse, elegir una dirección u otra basándose en estímulos externos, etcétera. Acciones básicas que requieren un mínimo de procesamiento y, sobre todo, de memoria. ¿Cómo lo hacen? 

—Vale… Estás queriendo insinuar que la conciencia es externa a nosotros y, por tanto, podríamos implantarla en un robot, por ejemplo.

Henry sonrió en un claro gesto de estar muy lejos de conseguir eso y le recordó su pasada experiencia, la que le llevó hasta allí.

—Un robot es capaz de razonar, pero no genera pensamientos. Los pensamientos siempre van asociados a un sentimiento y las máquinas no son capaces de sentir. Todos sabemos que los recuerdos mejor memorizados son siempre los que se asocian a circunstancias emocionales fuertes. Si las neuronas funcionasen simplemente como un robot y se activaran y desactivaran únicamente como si fueran unos y ceros, no existiría eso que llamamos conciencia. Las neuronas deben de hacer algo más que todavía se nos escapa. Conectarse a un elemento desconocido —reconoció sin rubor—. Por ese motivo, científicos de renombre aseguran que una máquina nunca podrá adquirir conciencia por muy precisa o perfecta que se llegue a crear y por mucha inteligencia artificial con la que se la dote…

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Foto: freepik

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